Estamos viviendo durante esta semana una oleada de movimientos populares contra los regímenes dictatoriales en varios países árabes, tanto africanos como asiáticos.
El hartazgo de la población, por muy espontáneas que hayan sido las revueltas, no debe sorprender a nadie. Ben Ali llevaba 24 años presidiendo Túnez antes de que la población acabara con su mandato. Hosni Mubarak lleva 30 años gobernando Egipto con mano de hierro, con su hijo al acecho de sucederle, aunque parece que sus privilegios en el país africano están a punto de acabar. Podemos hablar también de Gadaffi en Libia, o de la dinastía alauita en Marruecos.
Pero todos estos regímenes tiránicos tienen algo en común: han sido y siguen siendo sustentados por las democracias occidentales. Estados Unidos y la Unión Europea han apoyado con su silencio, unas veces, y con acuerdos comerciales y de otra índole, a todas las dictaduras árabes. Ha habido que esperar a que la marea egipcia fuera ya incontestable para que Hillary Clinton y Barack Obama hayan hecho declaraciones a favor de la democracia en el país. La UE, mientras, sigue intentando adoptar una posición común, como si apoyar la democracia fuera algo sobre lo que hay que discutir. Otros países, como Israel, directamente no ocultan sus verdaderas intenciones e insisten en el apoyo a Mubarak.
Y, en estos apoyos, España juega un papel fundamental en su condición de país vecino de uno de estos regímenes, el del Reino de Marruecos. Un país que no sólo subyuga a sus compatriotas, sino que mantiene en régimen colonial a otro pueblo, el saharaui, que se ve impotente tratando de sacar adelante una lucha en la que muchas veces parece que están solos y que dura ya demasiado tiempo.
Sólo un apunte más de hipocresía: el bloqueo económico de Estados Unidos sobre Cuba dura ya más de 50 años. ¿Quién bloqueó a Marruecos, Siria, Arabia Saudí o Túnez?
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