Para saber por qué se da esta situación, debemos fijarnos directamente en los textos que configuran nuestro sistema político: la Constitución y la Ley Electoral.
Tras las elecciones de 1977, primeras del periodo democrático, se estableció un Parlamento dominado por UCD, con el PSOE como principal partido de la oposición. La ponencia para elaborar una Consitución fue compuesta por 7 diputados, 5 de ellos de derechas. Lo que parecía ser un texto progresista tras salir del periodo dictatorial se ha vuelto, en perspectiva, una Constitución incompleta que resolvía algunos problemas de fondo de manera muy rápida pero sin abordarlos directamente. Y, de aquellos barros, vienen estos lodos. Pero esto da para otro artículo.
Nuestra Constitución estableció una de las losas que hacen del sistema bipartidista español inamovible: la provincia como circunscipción. Este concepto no se sostiene dentro del propio sistema, pues el Congreso se configura como una cámara de representación estatal, por lo que no tiene sentido dividir los escaños provincialmente. Para representar a las regiones ya se encuentra (se supone) el Senado.
La otra losa la encontramos en la Ley Orgánica que regula las elecciones, la LOREG. En ella, se establece que el mínimo número de diputados por provincia, es de dos, correspondiendo a Ceuta y Melilla un diputado a cada una.
¿Por qué PP y PSOE suman el 85% de los escaños con menos del 75% de los votos?
¿Qué consecuencias tiene todo esto? En primer lugar, las circunscripciones pequeñas favorecen a los grandes partidos y perjudican a los pequeños. Al repartirse pocos escaños, estos se concentran en los partidos más votados, dejando al resto sin representación. Así, puede ocurrir que una fuerza con casi el 10% de los votos en una provincia se quede sin ningún escaño. Además, el haber un mínimo de escaños por circunscripción hace que las provincias con menos habitantes estén sobrerrepresentadas y, paralelamente, las más grandes, infrarrepresentadas.
¿A quién benefician estas leyes?
Claramente, estas leyes benefician a PP y PSOE, que son los dos grandes partidos. También beneficia, aunque de modo más pasivo, a los partidos nacionalistas, aunque estos tienen una representación aproximadamente acorde a su porcentaje de votos. Los grandes perjudicados son, sin duda, los partidos nacionales minoritarios, especialmente Izquierda Unida y UPyD, que podrían obtener más del doble de escaños con una ley proporcional más justa.
¿Tiene solución?
La tiene, pero no es fácil. Como hemos visto, las losas sobre las que se sustenta el bipartidismo son muy duras: la Constitución y una Ley Orgánica. Para cambiar esta última, hace falta mayoría absoluta. Para la primera, 3/5 de los votos tanto del Congreso como del Senado. Es decir, para modificar cualquiera de las dos normas, se necesitan los votos de uno o de los dos partidos mayoritarios. Esto sería, para ellos, hacerse el harakiri. La única solución pausible pasa por votar a opciones minoritarias que consigan arrebatar la mayoría absoluta a cualquiera de las dos formaciones para que se vean obligadas a pactar con ellas, siendo condición indispensable para este pacto la modificación del sistema electoral en su totalidad. Una vez llegado este acuerdo, el punto principal innegociable debe ser la circunscripción única estatal para la elección de los diputados del Congreso. Otras medidas que contribuirían a quitar poder a los dos grandes partidos y a que todos los ciudadanos pudieran sentirse representados serían suprimir el umbral electoral (actualmente en el 3% a nivel estatal) y subir el número de diputados hasta 400, algo que podría hacerse incluso sin modificar la Constitución en este apartado.
Pero, sin duda, la opción que más favorece al bipartidismo y más daño hace a nuestra democracia es la abstención. Que no te engañen: actualmente la abstención no es un sistema válido de protesta democrática. Y, si piensas que la política no va contigo, intenta darte cuenta de todos los políticos que se benefician de que tu pienses así.
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